miércoles, 23 de abril de 2014

yo , que jugue al rugby....

Yo, que jugué al rugby… Yo, que jugué al rugby cada tarde de sábado gris y plomizo. Tardes de linimentos, cardenales, esfuerzo y sudor. Aún huelo el verde del césped y mi mente se pierde en mil recuerdos. Sé que pronto mis piernas tal vez ya no quieran tantas salidas de tercera, a pesar de que mi cabeza siga buscando la cadera del número uno. Del rugby aprendí una valiosa liturgia, útil bagaje para el resto de la vida cotidiana. Aprendí que quince empujan más que uno, pero que si uno no empuja, el resto lo nota. Aprendí a callar, a bajar la cabeza con respeto sin sentirme menos que nadie, a ser honesto, y vaciarme para quedarme lleno. A comprender que por el simple hecho de formar en círculo, abrazando a mis compañeros, repitiendo la palabra humildad, humildad una y otra vez, ya he vencido; independientemente de que te dejen a cero o no. Y aprendí que los pasillos son importantes, sobre todo cuando has ganado y debes premiar el esfuerzo del otro equipo. Yo, que jugué al rugby, aprendí a saber aceptar sin quejarme; a no resignarme; a trabajar para saber lo que cuesta ganar un metro en silencio, y lo fácil que es perder diez por no saber callar. Aprendí a respetar las decisiones de una forma férrea; a aplaudir los errores de mis compañeros, que también son los míos; y sobre todo aprendí a levantarme cien veces. Este deporte de rufianes practicado por caballeros me enseñó valiosas lecciones, muchas de ellas ajenas e incomprendidas a ojos de los no iniciados. Me enseñó a tener un día después lleno de dolores y magulladuras, pero feliz y realizado por la entrega, el compromiso y muchas otras cosas que mi madre nunca entendió. Me enseñó a conocer el valor de un áspero polo a rayas; malla del valor y del deber. Y me enseñó a disfrutar de un tercer tiempo donde todo lo que queda son anécdotas, abrazos, caballerosidad, camaradería, risas y un hasta la próxima. Si alguna vez jugaste al rugby, siempre serás miembro de una familia sin fronteras, con una lengua, un pensamiento y una visión común. ¿El sitio?, da igual el lugar del mundo, ya no habrá barreras. Y aunque lo hayas dejado, las rayas te perseguirán: reconocerás alguna camisa en algún desconocido, y si le preguntas ¿jugaste al rugby?, al instante estarás compartiendo una cerveza, anécdotas, recuerdos comunes… vida, auténtica vida vivida. Porque… quizás, tal vez, en algún momento de tu vida, puedas dejar de ser muchas otras cosas, pero rugbier no. Eso es imposible. Lo sabes muy bien. Siempre, y digo siempre, siempre, siempre. Pasen los años que pasen. Siempre, siempre serás jugador de rugby, si no en el campo, sí en la vida. Texto de: Rafael Muñoz Abad.